El nuevo ritmo de devaluación en Argentina: una estrategia de alto riesgo
Argentina redujo el ritmo de devaluación del peso del 2 % al 1 % mensual para frenar la inflación. Aunque busca estabilidad, la medida podría afectar exportaciones y reservas del Banco Central, mientras el FMI exige ajustes. El desafío: sostener la estrategia sin generar un atraso cambiario ni perder competitividad.

Desde este lunes, Argentina ha ajustado su política cambiaria, reduciendo el ritmo de devaluación mensual del peso frente al dólar del 2 % al 1 %. Este cambio, implementado a través del crawling peg, es una apuesta del Gobierno de Javier Milei para acelerar el proceso de desinflación y consolidar la estabilidad macroeconómica. Sin embargo, en un contexto de tensiones comerciales globales y con el Banco Central operando con reservas netas negativas, la medida presenta desafíos significativos.
La estrategia del Gobierno: desacelerar la devaluación para frenar la inflación
El crawling peg es un mecanismo que permite ajustes graduales en el tipo de cambio, evitando fluctuaciones bruscas. La lógica detrás de la reducción del ritmo de devaluación es simple: si el dólar oficial sube más lentamente, los costos de los bienes y servicios que dependen del tipo de cambio también aumentarán a un ritmo menor, contribuyendo a la reducción de la inflación.
Esta estrategia ha sido utilizada en otras economías con inflación elevada. En el corto plazo, puede ser efectiva para desacelerar la suba de precios, ya que evita que las expectativas inflacionarias se retroalimenten con la evolución del dólar. Sin embargo, el éxito de la medida depende de varios factores, como la capacidad del Banco Central para sostener el tipo de cambio sin agotar reservas y la evolución de los precios internacionales.
Riesgo de atraso cambiario: la amenaza a la competitividad
Si bien una menor devaluación puede ayudar a contener la inflación, también puede generar distorsiones en la economía. En el comercio internacional, mantener un tipo de cambio relativamente estable en un contexto de inflación interna elevada encarece los productos argentinos en el exterior, reduciendo su competitividad frente a otros países.
Esto podría afectar las exportaciones, uno de los pilares fundamentales para la generación de divisas. A su vez, si el peso se fortalece artificialmente, los productos importados se vuelven más baratos, lo que podría perjudicar a la industria local y fomentar un incremento del consumo de bienes extranjeros en detrimento de la producción nacional.
Este tipo de política ya ha sido implementada en Argentina en otras ocasiones, y en muchos casos terminó generando un atraso cambiario que, con el tiempo, provocó fuertes correcciones del tipo de cambio cuando la economía ya no pudo sostenerlo.
El dilema del Banco Central: reservas en rojo y presión financiera
Uno de los factores clave que determinarán el éxito o fracaso de la estrategia es la capacidad del Banco Central para sostener el tipo de cambio sin perder reservas. Actualmente, las reservas netas se encuentran en terreno negativo en aproximadamente 7.000 millones de dólares, lo que significa que el país tiene más compromisos en dólares que activos disponibles.
Para mantener estable el dólar oficial, el Banco Central ha estado comprando divisas en el mercado, lo que le ha permitido fortalecer su posición, aunque a costa de una mayor emisión de deuda en pesos. Si la tendencia actual continúa, el Gobierno deberá decidir entre seguir interviniendo en el mercado a un costo cada vez más alto o permitir una mayor fluctuación del tipo de cambio.
La situación se vuelve aún más compleja con los próximos vencimientos de deuda. En julio, Argentina deberá enfrentar pagos por 4.700 millones de dólares. Si el Tesoro no logra refinanciar esa deuda y debe pagarla en efectivo, el impacto sobre las reservas podría ser severo, aumentando la presión sobre el tipo de cambio y poniendo en riesgo la estabilidad lograda hasta el momento.
El FMI y las condiciones para el financiamiento
El contexto internacional no favorece a Argentina. Mientras la mayoría de los países emergentes están devaluando sus monedas frente al dólar debido al endurecimiento de las condiciones comerciales entre EE.UU., Canadá y México, Argentina ha decidido fortalecer su moneda de manera relativa.
En este escenario, el Gobierno busca cerrar un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que podría significar un desembolso de hasta 20.000 millones de dólares. Sin embargo, el FMI ha dejado claro que exigirá ajustes adicionales, incluyendo un mayor control fiscal y posiblemente cambios en la política cambiaria.
El problema radica en que el FMI generalmente recomienda un tipo de cambio más flexible para evitar desbalances en la balanza de pagos. Si el organismo considera que el crawling peg actual genera un atraso cambiario, podría presionar para que Argentina acelere la devaluación en los próximos meses, lo que podría generar incertidumbre en los mercados.
Conclusión: una apuesta con costos inciertos
El ajuste en el crawling peg es una jugada de alto riesgo. En el corto plazo, puede ayudar a contener la inflación y fortalecer la confianza en el peso. Sin embargo, si la economía no logra sostener la estabilidad cambiaria, los efectos adversos podrían ser significativos, desde un debilitamiento de la competitividad exportadora hasta una mayor presión sobre las reservas del Banco Central.
El éxito de esta estrategia dependerá de la capacidad del Gobierno para sostener el equilibrio fiscal, atraer financiamiento externo y evitar que el peso se aprecie demasiado en términos reales. Con vencimientos de deuda cercanos y la necesidad de negociar con el FMI, los próximos meses serán clave para determinar si la apuesta del Gobierno logra consolidar la estabilidad o si, por el contrario, termina generando nuevas tensiones en la economía.